jueves, 22 de mayo de 2008

Barrionalismo

Barrionalismo. Barrio, identidad y movilización. El caso de Vallekas.

Una historia con minuscula

Vallecas era un pequeño pueblo situado al sureste de Madrid, nacido al calor de los flujos migratorios, como el puente o frontera que atravesar por quienes llegando desde el exterior terminaron dibujado el perfil de esta ciudad. "No se puede saltar de un pueblo de barro, perdido en la meseta, a la capital. Los emigrantes se paraban en las puertas de Madrid y allí acampaban, tomaban fuerzas y planeaban el asalto. Así Vallecas, en principio, fue un grupo de ventas de arrieros. Después un grupo de barracas de latas y maderas viejas. Más tarde, a la vez que Madrid se extendía y se acercaba al arroyo Abroñigal, sucia frontera sobre la que había un puente mísero, Vallecas creció, edificó casas sólidas, cegó el arroyo y se convirtió en uno de los barrios obreros más populosos de Madrid".

A partir del año 1950, con el desarrollo del Plan General se preveía atraer a la ciudad a población proveniente del éxodo rural, para que se convirtiera en mano de obra destinada a la incipiente industria madrileña. Una industria que compitiese con la industria hasta ahora centralizada en el País vasco y Cataluña. Vallecas en esas fechas cuadruplicó su población, asumiendo un 23% del total del crecimiento demográfico de Madrid. Llenaron sus calles de barro gentes de toda la península, extremeños y andaluces principalmente, dándose anécdotas como la de un pueblo de Extremadura en que la totalidad de sus habitantes emigró a dicho barrio. Urbanísticamente el resultado era un archipiélago de chabolas con tejado de uralita, un conglomerado de casas bajas, marañas de cables que se conectaban a las farolas y ropas tendidas cual bandera sin mástil.

Vallecas fue construida materialmente por sus habitantes, en sus ratos libres, en noches robadas al sueño, con materiales robados en las obras o reciclados. El barrio se edificaba colectivamente gracias a un juego de complicidades y solidaridades, redes informales que se ayudaban y encubrían en estos desafíos cotidianos. La alta demanda de mano de obra y la inexistencia de viviendas donde poder alojarla, provocaron que la posición de la dictadura al respecto fuese ambigua, un reconocimiento de la situación de hecho pero no de derecho. Una negociación informal de la que como resultado se construían las casas en una noche y debían estar habitadas al día siguiente, para evitar que la guardia civil las derribase.

La primaria identidad vallecana nace de la experiencia de compartir un espacio físico creado colectiva y cooperativamente por sus habitantes. La composición social de su población está marcada por su condición de inmigrantes venidos del campo y de ser integrantes de la clase obrera, junto a una homogeneidad sociocultural y unas problemáticas compartidas. La identidad colectiva de barrio integra a modo de coctelera las identidades colectivas previas (campesinos, inmigrantes, territoriales…) con lo que en esos momentos es la vida cotidiana, una encrucijada de situaciones, momentos, espacios (el mercado, las calles, el boulevard, las derrotas del Rayo Vallecano, las burlas a la policía que pretendía erradicar el chabolismo, las luchas obreras…). Una vida que conservaba además cierto parecido a la que desarrollaban en sus pueblos antes de la migración (casas bajas, corrillos de sillas al atardecer…). M. Maffesoli sostiene que "las grandes características atribuidas a estas comunidades emocionales son el aspecto efímero, la composición cambiante, la inscripción local, la ausencia de organización y la estructura cotidiana". La comunidad se define menos por un proyecto compartido que se oriente hacia el futuro, que por una pulsión de estar-juntos.

El barrio no era una comunidad articulada pero tampoco vivía ajeno a los conflictos sociales que atravesaban a la sociedad en los años 60, tanto es así que debido al amplio número de militantes obreros que poblaban sus calles se le conocía como La pequeña Rusia. A pesar de lo cual, y de las durísimas condiciones de vida que afrontaban sus habitantes, no se desarrollaba ninguna acción sostenida, de una manera pública, en torno a ningún conflicto colectivo que tuviera al barrio como dimensión central. Tendría que llegar la expansión urbanística de Madrid, a mediados de los años 60, para que esto sucediese. Fechas en las que "se destruían amplios sectores de la ciudad en su área central para dejar paso a los grandes almacenes, reubicar los edificios de oficinas, crear hoteles y costosos edificios de vivienda. Las demoliciones en toda la ciudad abrían paso a las vías urbanas de gran velocidad… .

Los buldozers acabaron con los bulevares plantados de árboles, los viejos barrios, las tradiciones culturales y las redes sociales". La extensión de la ciudad termina chocando con un tapón formado por más de 20.000 personas que habitan en asentamientos de chabolas autoconstruidas, en terrenos que en su momento fueron la periferia y ahora sufren un fuerte proceso de revalorización que quiere ser capitalizado. El Plan General de Ordenación Urbana es diseñado acorde a los intereses económicos de los grandes propietarios de la zona, proyectándose la expulsión de sus habitantes. Este conflicto, junto al crecimiento de las Comisiones Obreras y la progresiva deslegitimación del régimen franquista, es el pretexto que dará pie al nacimiento del movimiento vecinal .

Corría el año 68 cuando nació en Vallecas la primera asociación de vecinos de Madrid, la de Palomeras Bajas, al amparo de la Ley de asociaciones de 1964. En dos años surgieron otras 20 asociaciones en los barrios populares, para luchar por los derechos ciudadanos y las libertades democráticas, manteniendo como ejes reivindicativos la vivienda, los espacios públicos urbanos, la enseñanza y la carestía de la vida. "Las asociaciones al exponer su competencia sobre un territorio determinado, planteaban reivindicaciones que iban más allá de su lucha inmediata. Aún cuando un problema urbano básico ocupaba siempre el foco principal de la actividad de las asociaciones, lo que estas reclamaban era la autonomía de los residentes en la definición y gestión de todos sus problemas".

Estrechamente ligado al movimiento obrero y los partidos clandestinos pero autónomo completamente."El movimiento ciudadano se produjo en una sociedad de clases pero fue un movimiento sin definición de clase, que a través de su organización, su movilización, afecto a la estructura global de la sociedad, y por ende, a las relaciones entre las clases.[…] El movimiento ciudadano se enfrentaba a los intereses de clase defendiendo el valor de uso contra el valor de cambio, y reivindicando la autonomía local contra la dictadura centralizada. Al debilitar el dominio capitalista sobre la ciudad, producía también un impacto importante en la lucha de clases. Pero no es una movilización definida por la clase en cuanto a su base social, su organización y las cuestiones en las que intervenía. El movimiento, era pues, un movimiento social no clasista que desafiaba la estructura de clases". Un movimiento que se perfiló como el catalizador para la protesta y la oposición a la dictadura, consiguiendo una capacidad de movilización que en los años 70 sería de masas, un instrumento privilegiado para sostener una voz pública que cuestionara el monólogo permanente de la dictadura.

En Vallecas surgen posteriormente varias asociaciones de vecinos más, que tenían como objetivo central la lucha contra un Plan de Ordenación Urbana, que en su memoria definía a los vallecanos como "población extraña, difícil de erradicar". Organizaciones con un fuerte arraigo social, que asesoradas por una generación de técnicos (urbanistas, arquitectos, sociólogos abogados…) comprometidos en potenciar la lucha de los desfavorecidos, pusieron en pie y dinamizaron una red de comunicación que permitiese la definición compartida de la realidad y la socialización de una idea colectiva de resistencia. "El papel que juegan los técnicos tiene aquí espacios diferenciales. Ya desde su toma de contacto con el barrio se encuentran con organizaciones vecinales que cuentan con una experiencia sin precedentes tanto de gestión como de defensa de procesos de expulsión. Saben, en definitiva, lo que quieren y se muestran dispuestos a romper la racionalidad separada de los técnicos cuando estos se pretenden libres del control de los vecinos para llevar adelante un determinado diseño de autor. Para bien o para mal son las asambleas quienes deciden qué y cómo debe hacerse". Descendiendo a lo concreto se realizaron estudios sociológicos, se diseñaron alternativas concretas a los planes de la administración e incluso realizaron un censo subvencionado por el Instituto de la vivienda.

Nacía lentamente un movimiento que reflejaba su respaldo social en las parroquias convertidas en locales públicos, espacios de discusión y encuentro abiertos al barrio, asambleas, detenciones, difusión del problema y movilizaciones (concentraciones, manifestaciones, encierros, recogidas de firmas…). La movilización más sonada se da en junio de 1976, cuando al grito de Vallecas nuestro más de 15000 personas se manifiestan por las calles del barrio contra los planes de remodelación. La lucha se mantiene durante varios años (en una demostración de fuerza 70.000 personas se manifiestan en Vallecas en septiembre del 78, en defensa de los derechos de los vecinos a quedares en los barrios de remodelación), hasta que en el 79 se paraliza definitivamente la expulsión y se consigue que la remodelación urbana contemple el realojo de los vecinos en la misma zona en la que vivían.

El plan de remodelación terminaría haciéndose con los vecinos, que participaron incluso en las comisiones técnicas, y no contra ellos como estaba previsto. Resultando este uno de los procesos participativos más importantes y masivos de Europa que finaliza en torno al año 86, recogiéndose finalmente dentro del catalogo de buenas prácticas de la ONU para ciudades sostenibles .

La intensa lucha de varios años no puede ser resumida en unos párrafos, una lucha que supuso un punto de inflexión en las biografías individuales de quienes la vivieron y en la historia colectiva del barrio. Decíamos anteriormente que la identidad colectiva nacía del hecho de que simultáneamente a la construcción efectiva del barrio se tomaba conciencia del sentimiento de pertenencia al mismo. El concepto de barrio se construía a la par que el barrio mismo. El lema más utilizado Vallecas nuestro, perfila la construcción de un "nosotros", de una identidad compartida vinculada a la pertenencia a un territorio. Un sentimiento alimentado por la vida cotidiana, las pequeñas costumbres que terminaban generando un conjunto significante compartido. La lucha supuso la intensificación de esa identidad de barrio, al hacerla pública y dotarla de una dimensión política, que se situaba por encima de las ideologías, los sectarismos izquierdistas y los intentos de instrumentalización. La defensa del derecho a una vivienda digna en el barrio, no buscaba la salida individual a un determinado problema sino que expresaba el deseo colectivo de que esa comunidad no se rompiese y fuese dispersada. "La dimensión comunidad se refiere al hecho de que los barrios afirman su voluntad de convertirse en entidades sociales, basadas en la interacción personal y en culturas territorialmente definidas que son parte de su herencia histórica". La comunidad era una construcción cultural con la que identificarse y vincularse, un ecosistema en el que habitar. Las pintadas y los enormes murales con frases de Machado, Miguel Hernández o Durruti, la lucha por locales culturales y casas de la juventud, las escuelas populares de adultos, la feria del libro y los carnavales de vallecas, la escuela de charangas, las fiestas populares, los grupos de teatro obrero… . Una cultura popular muy ligada a la identidad obrera que permeaba todo el tejido asociativo, pero que evidentemente se situaba más allá y conectaba en mayor o menor medida con el conjunto del vecindario.

"Quizás mi única noción de patria sea esta vigencia de decir nosotros" M. Benedetti.


La identidad vallekana ha sido dinámica y conflictiva al no ser hermética, activándose en determinadas circunstancias con mayor intensidad y sobrevolando por encima de las subjetividades en otras situaciones. Reivindicada por los adultos de la lucha por la remodelación, provenientes del campo y con un acentuado orgullo obrero, a la vez que posteriormente por sus jóvenes hijos. Una juventud que había sufrido un cambio de valores, se había criado en el asfalto de la ciudad, a ritmo de rock, considerándose desertores de la clase y de la política tal y como la heredaron de sus padres.

Esta ruptura generacional provoca una tensión identitaria entre quienes habían construido el barrio con sus propias manos y quienes solamente podían reapropiárselo simbólica y culturalmente, tensión creativa donde a pesar de las diferencias nunca se llegaron a quemar los puentes que comunicaban dichas concepciones. La identidad de pertenencia al barrio ampliaba su campo de significaciones, se complejizaba para mantener su potencia movilizadora e integradora. El declive del movimiento obrero y vecinal, el desencanto de aquellos que pensaron en unas transformaciones más sustanciales y posteriormente las vieron frustradas, fue algo generalizado. Apareciendo en escena nuevos movimientos sociales, de un marcado carácter juvenil, que interactuaban con la realidad desde otras perspectivas para ofrecer un relevo generacional en las luchas y las formas de vivirlas.

Los nuevos movimientos sociales planteaban una nueva relación con el poder, ya no se trata tanto de conquistarlo y tomarlo para desde ahí transformar la sociedad como tener la capacidad de influirlo y controlarlo. Las identidades pierden rigidez, el terreno productivo pierde centralidad debido al peso que gana lo cotidiano y el ámbito reproductivo. Unos valores llamados postmateriales que no hablan tanto de redistribución como de calidad de vida, una vida no homogeneizada que permita la diferencia de modos de vida. En Vallekas la progresiva desarticulación del tejido social resultó cuantitativamente menor que en otras zonas, a la par que los nuevos movimientos se implantaron con relativa fuerza, aunque nunca volvieron a tener un carácter tan masivo. La identidad de barrio era el conector a través del cual se relacionaban las distintas generaciones y a partir de donde se desarrollan experiencias compartidas (fiestas populares, ferias del libro, carnavales..).

La juventud marcaba una profunda quiebra con el imaginario, los valores, la cultura o las formas organizativas y de lucha de la generación anterior. Resistir para ellos era abrir espacios y tiempos para una sociabilidad alternativa, reivindicar a la par que se vive esa creación en la cotidianeidad. La creación de centros sociales o Ateneos que eran vividos como espacios propios, una reapropiación de la calle y el espacio público, litrona en mano, y un reencantamiento de la noche como el tiempo específico en que la ciudad pertenecía a los jóvenes.

La movida madrileña, como máximo exponente de renovación estética y de la quiebra del modelo de reproducción cultural, coincide con una proliferación de los circuitos de pubs y bares estrictamente juveniles donde se genera una nueva identidad cultural (un ejemplo similar es descrito por Manuel Castells respecto al desarrollo de la identidad gay en San Francisco).

La música, los conciertos y festivales de pop-rock que ponían la banda sonora a esta etapa fueron el otro gran elemento que simbolizara la distancia generacional y la renovación. Vallekas disponía de un consolidado circuito de pubs (Hebe, Jimmy Jazz, Madrid 18…), tanto es así que en los primeros 90 una parte de los mismos formaban una red formal en la que circulaba una moneda virtual llamada peso vallekano, con el rostro del Che en los billetes. A partir de determinadas consumiciones entre semana se regalaban los pesos que servían para pagar consumiciones dentro de dicho circuito. Musicalmente el rock urbano (Leño, Topo, Ramoncin, Asfalto, Cucharada, Obús…) ha sido la música que más ha arraigado en el barrio, por lo que no es de extrañar que el mayor festival de este tipo de la ciudad fuese el Vallekas rock que se repetía anualmente. Estos espacios, junto a los colectivos juveniles que dinamizaban cultural y políticamente el barrio, como los "Hijos del agobio", recreaban lo que podríamos denominar contracultura.

La juventud traía los ecos del 68, de ese viento libertario no encuadrable dentro del anarcosindicalismo o cualquier otro ismo, que nos hablaba de liberación personal y de nuevas relaciones sociales, a través de temáticas como el género, la sexualidad, la comunicación, la ecología, el antimilitarismo, la droga… desplazando la centralidad de la clase obrera y el papel redentor que le había encargado la historia. Paralelo a este modesto proceso de reinvención de la política se dan otros procesos de desestructuración social auspiciados por una juventud que debía afrontar una realidad sin expectativas, en la que percibían no tener cabida. Lo que popularmente se conoció como pasotismo, vino acompañado del debilitamiento de los lazos comunitarios y de nuevas problemáticas, como son el paro y principalmente la droga.

Este último problema coincide con la fiebre de los navajeros, macarras y barriobajeros, uno de los primeros fenómenos mediáticos, que retroalimentado por la épica cinematográfica que le acompañó, dio pie a auténticas leyendas urbanas como Torete, Vaquilla, El Jaro, la Estanquera de Vallekas… . El hábitat de estas leyendas y de los jóvenes que las mitificaban e imitaban eran los barrios obreros y populares. La espectacularización facilitó la identificación de muchos jóvenes con dicha imagen y enconó conflictos sociales tan profundos como la droga, la delincuencia y los procesos de exclusión que le van ligados. Vallekas se hizo famoso en los 80 a través de las páginas de sucesos, centenares de titulares sobre atracos, huelgas de comerciantes, robos de coches, persecuciones policiales, asesinatos, muerte de jóvenes a manos de la policía, numerosos puntos de venta de droga, sobredosis, altas tasas de jóvenes en prisión, niños que roban apisonadoras haciéndole el puente… .

Paralelamente a su fama de barrio luchador empieza a construirse una imagen estigmatizadora, de barrio conflictivo, marginal, violento y como modelo de peligrosidad social. El ecosistema del barrio se vio profundamente afectado por el fenómeno de la droga y la crisis social que lo acompaña. En un principio son drogas blandas (porros y ácidos) que se distribuyen ampliamente entre el conjunto de la juventud, incluidos los grupos politizados influenciados por la denominada contracultura. No era una cuestión alarmante, como anécdota contar el caso de camellos que tuvieron entierros multitudinarios, "El Lepra" un abuelo que pasaba la mejor "goma de Oklahoma" o la abuela del puesto de pipas. El problema llega de mano de la heroína, que arrasa prácticamente dos generaciones de jóvenes y dispara los índices de criminalidad, generando una nueva subcultura de la drogadicción. La heroína se llevó a jóvenes sin distinción, incluidos miembros de los nuevos movimientos sociales (aunque en menor medida), generando un verdadero drama social.

Los movimientos sociales tras una primera etapa de indiferencia o aplauso contracultural del uso de drogas, tras ver lo que supone la heroína se posicionan enconadamente en contra de la permanencia de la misma en sus barrios. El movimiento vecinal, con diferencias entre la visión de conjunto y la local de las personas afectadas, uno reclamando medidas integrales y profundas, a la par que asociaciones dan pie a veces a patrullas ciudadanas, o se oponen a la instalación de centros para toxicómanos o al realojo de familias marginales. Los colectivos juveniles escarmientan en ojo ajeno y reniegan radicalmente de la heroína como droga.

En Vallekas destaca el nacimiento a finales de los 80 de Madres Unidas Contra la Droga, asociación que aglutina a madres de toxicómanos enganchados, encarcelados o muertos, y vecinas sensibilizadas. Un colectivo que llego a denunciar en el Parlamento la connivencia de la policía con los puntos de venta de drogas en el barrio, que se enfrenta a jueces, físcales y a las medidas represivas que individualizan la culpa, que trabaja la solidaridad con las personas presas y defiende sus derechos constantemente vulnerados, que prepara y fomenta proyectos cooperativos de inserción social para la gente que sale de la cárcel. Un movimiento realmente novedoso que complejizaba la mirada simplificadora que se había tenido hasta el momento sobre la problemática de la droga, y que guarda similitudes con grupos como Madres de Plaza de Mayo (aparición con vida, el problema no es los hijos estrictamente biológicos…).

La reapropiación de la identidad vallekana como recurso se articula en respuesta a una doble necesidad, la de asumir una identidad "sometida" o estigmatizadora para posteriormente desbordarla desde procesos de subjetivación imprevisibles. Ser vallekano se va convirtiendo en estigma, por lo que es necesario adoptar esos significantes marcados para redefinirlos desde una praxis que los positivice. Es similar a cuando el movimiento negro reivindicaba lo negro es bello o cuando las prostitutas reivindican sus derechos y deben reconocerse previamente como putas con un común compartido. Una ejemplo de las estrategias que se desarrollaron fue nombrar hijo adoptivo de Vallekas al Lute (símbolo de rebeldía ligado a la marginación urbana), provocando una identificación con la rebeldía tradicional del barrio y desmitificando el fantasma de la peligrosidad social.

Esta etapa marca el nacimiento, a principios de los 80, del barrionalismo, la reinvención de la identidad vallekana desde los movimientos sociales alternativos, a los que nos hemos referido anteriormente, como forma de rescatar el orgullo de sentirse pertenenciente a una identidad estigmatizada y amenazada. El barrionalismo que impulsan es un concepto que se sabe irónico, un nacionalismo de barrio que se reconoce y se gusta imposible (sus fronteras, su moneda, su bandera…). El concepto nace en la calle, de la gente y por ello condensa esa carga emotiva y de significaciones. Una identidad colectiva que no otorga derechos, ni privilegios por pertenecer a ella, simplemente una vinculación afectiva hacia las relaciones sociales que se dan en determinado territorio. El barrio no es un concepto topológico, sino relacional, nos remite a las relaciones, las costumbres cotidianas y los pequeños mitos.

Una de las marcas simbólicas que marcan esa reapropiación cultural del barrio por los jóvenes es el uso popular de la letra k, la que Unamuno llamaba la malquerida, y de la que solo hay 35 palabras que se usen según la Real Academia de la lengua. Antes incluso de que el mili kk, el okupa o el bakaladero la pusieran de moda, la k ya era una letra querida en Vallekas. El semiólogo Gonzalo Abril dice que "el gesto de utilizar la k (una letra especialmente arbitraria porque se corresponde fonéticamente con el sonido de la c y de la q) tiene un cierto sentido insurgente y de resistencia contra la escritura, que lo es también contra la ley, dado el carácter arbitrario de las reglas ortográficas, que le dan una significación como ley social.

Tras el pin lingüístico con el que algunos grupos transgreden los modos ortográficos hay una contestación clara: su uso no perjudica en absoluto a la comunicación, pero pone en cuestión la forma de la ley". Paralelamente al uso discursivo de la letra k, se socializa un símbolo visual (una uve de la que sale de su lado derecho los palitos que hacen una k ) que representa vallekas. La utilización de símbolos visuales, como dice R. Cruz, "se emplean como medios de comunicación que sustituyen, complementan y capacitan para la participación en la acción colectiva. Crean significaciones, ayudando por ejemplo a la agrupación de identidades colectivas". Se editan camisetas, chapas y parches con la leyenda Vallekas nuestro y el simbolito. Este era el lema más coreado de la lucha por la remodelación, recuperado por un lado como memoria hacia las generaciones anteriores y sus luchas, y por otro lado desviado hacia el universo cultural y el imaginario colectivo de los nuevos movimientos sociales al introducirle la letra k.

El movimiento ecopacifista sería el dinamizador, por decirlo de alguna manera, de este trabajo de barrio desde una óptica alternativa. Este tenía en una implantación fuerte: hacía paseos semanales en bici, denunciaba el uso de energías nucleares, consiguió la peatonalización de la mitad del Bulevar, manifestaciones gay… . Además disponía de una librería, que servía como punto de encuentro y centro cultural. En ella se reunían el grupo de objetores de conciencia del barrio y allí se instaló Onda Verde Vallekana, una de las primeras radios libres de Madrid, que posteriormente se convertirá en lo que hoy es Radio Vallekas. Además de introducir estas temáticas se vinculaban a actividades generales de barrio (las fiestas populares, los carnavales, las cabalgatas de reyes…) que hacían de vaso comunicante entre las distintas generaciones, expandiendo la idea de convivencialidad y pertenencia al barrio.

La iniciativa que mejor refleja este barrionalismo es la Batalla Naval que desde hace 21 años viene celebrándose cada verano, el segundo sábado de julio. La batalla es promovida, en un principio, por estos grupos alternativos y asumida posteriormente por el conjunto del movimiento asociativo. El acto supone la inauguración oficial del puerto y la proclamación pública de la República Independiente de Vallekas, con la llegada de los primeros barcos y ballenas. La batalla se realiza con miles de cubos y palanganas que empapan a todo el que se encuentra en los alrededores, incluso a la charanga que año tras año ameniza la fiesta y a los miembros de la Cofradía Marinera.

Una fiesta que durante los años 97 y 98 además de naval se convirtió en batalla campal con las fuerzas policiales que trataban a impedir su realización. Al final la Administración cedió a la presión popular y ahora pretende introducir la Batalla Naval en la guía turística de fiestas pintorescas, como la tomatina o la procesión de los borrachos. La brisa marina desde entonces impregna cada año un paseo marítimo que carece de arena y tiene forma de boulevard, tanto es así que los hinchas juveniles del Rayo Vallecano desde entonces se autodenominan Los Bukaneros.

Una pintada de mayo del 68 gritaba "Sed realistas, exigid lo imposible". La reivindicación del puerto de mar es aplicar literalmente esa fórmula, una lucha primordialmente por poder seguir luchando con una sonrisa en el rostro. Entender la lucha como un proceso de transformación permanente, sin final, como un camino necesario y que nunca tendrá un puerto de llegada. Esta filosofía se liga a la construcción, cohesión y sostenibilidad de la identidad, de la capacidad de reconocerse y encontrarse porque "los movimientos urbanos producen un nuevo significado en esa zona incierta en que hacen como si construyeran, dentro de los límites de su barrio, una nueva sociedad que saben inalcanzable. Y lo hacen cultivando los movimientos sociales de mañana, en las utopías locales que los movimientos urbanos de hoy han forjado para no rendirse a la barbarie".

Los años 90 han significado una transformación para el conjunto de Madrid, social, política y urbanísticamente hablando. Vallekas ha dejado de ser un barrio tan conflictivo, en lo que a delincuencia se refiere, debido principalmente al control de la problemática de la droga. El barrio va sufriendo un lento y difuso proceso de maquillaje, las casas viejas van siendo derribadas construyéndose viviendas de semilujo. La revalorización implica una inacapacidad de arraigo y permanencia por parte de la gente joven, que suele verse abocada a abandonar el barrio por cuestiones de precariedad económica, favoreciéndose el envejecimiento de la población. Otra característica es la progresiva llegada de inmigrantes al barrio, con su diversidad de culturas y con la reapropiación material y cultural del espacio que ello implica.

Estos trazos dibujarían a grandes rasgos el panorama del barrio y los debates a los que debe hacer frente. La identidad vallekana en la actualidad pervive, aunque ha perdido capacidad de movilización y convocatoria, pero sobre todo va careciendo de esa capacidad irónica y creativa, sufriendo un lento proceso de erosión. En la actualidad casi todas las actividades que sostienen esa identidad provienen del pasado, son el repertorio de acción del barrio (carnavales, batalla naval, el festival anual Palomeras rock, las fiestas populares…). Existe la necesidad de reinventar una tercera versión de la identidad vallekana, capaz de interaccionar con la población migrante que va habitando sus calles y de afrontar las problemáticas de la precariedad y la vivienda, que imposibilitan la permanencia de los jóvenes en el barrio y dificultan la transmisión de saberes y el relevo en las luchas locales.

En esas anda la República Independiente de Vallekas, luchando por la construcción de su puerto y su paseo marítimo, disfrazándose en carnaval, sufriendo para que el rayito no baje a segunda… y rehaciendo en la vida cotidiana el espacio y las relaciones de las que no se quieren desprender. Una historia con minúscula pero que merece la pena ser contada, porque al fin y al cabo de lo que hablamos es de formas de habitar nuestras realidades. Los LEÑO lo explicitaban cuando cantaban, "no se si estoy en lo cierto, lo cierto es que estoy aquí. Otros por menos se han muerto. Maneras de vivir". Jose Luis Fernández Casadevante.

Un estudio mucho más detallado lo podemos encontrara en Lorenzi. E "Vallekas Puerto de Mar. Fiesta identidad y movimientos sociales". Ed Traficantes de Sueños. Madrid. 2007.

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